martes, 15 de diciembre de 2009

Pensando en los actos que te llevan a estar de esta manera. Toda la cadena de actos que te llevan a estar tal como estas en este momento. Masacrarse las mandíbulas aun cuando la masajista te está asistiendo. Pagar aun así por ese masaje. Fumar sin que te guste fumar. Olvidar cada uno de los trabajos, de las horas, de las palabras. Humo. Envidiar el tiempo de otros. Ver las luces como nubes. Espantarlas. Cada deseo como extensiones de tus metatarsianos. El choque de la esquina no te toca.

No poder hacer nada por ella. Solo desear que te comprenda mientras desapareces esta noche.

Desarrollemos la idea de envidia. Aquellos que pueden quitarse los zapatos sin temor a quedar desnudos. El viento en la cara en la esquina, no en el balcón del piso 45. Irte del bar con el vaso medio lleno, regresar porque quieres más. Regresar y poder quedarte sin reproches ni remordimientos. Que no existan las 8:30am. Pasarte toda la noche hablando de esos días celestes. Gritar. Envidia de gritar. Sacar la cabeza por la ventana o meterla en un desague y gritar, solo gritar. Que entiendan que cortarse el pelo es más que ver caer cada hebra al suelo. Es más que un tengo calor, no me puedo peinar, me gusta así. Es. Es.

El sueño recurrente: los pollos colgando del pescuezo en el mercado. A un lado la olla con agua hirviendo. El machete ensangrentado. Corazón de metal.

Eco en su piano. Whisky en la voz, acompasada, melodramática. Querer sentirla en las venas. Extrañar las palabras en el alma, extrañar parirlas, extrañar que esten, que me recorran como hormigas. Cada letra rozándome, cada sílaba seduciéndome, cada frase lamiéndome el cuello. A cambio de eso, solo los cabezazos contra la pared. Los nudillos de la palabra no desean más entrar en mi. ¿Qué he hecho?